En un mundo en el que todo está inventado y la competitividad
está a la orden del día, ser original no es nada fácil. Libros, canciones…todo
existe y nada es nuevo, un auténtico quebradero de cabeza. Brian Klugman y Lee
Sternthal (productores de Tron: Legacy)
tuvieron que hacer frente a ello y llevar a cabo un proyecto que duró diez
años, pero que al final ha visto la luz como El ladrón de palabras. Si bien es cierto que si no fuese por el
reparto la película hubiese pasado aún más inadvertida, el film es más que lo
que unos buenos actores pueden darnos, y lejos de menospreciarla deberíamos
tenerla en cuenta para ser la primera de unos directores y guionistas noveles.
La historia en sí misma no destaca por su brillantez: un
joven escritor, atascado en su lucha por ver publicadas sus novelas, encuentra
un manuscrito sin autoría y decide usarlo como propio. A pesar de la sencillez
del guion y su previsibilidad inicial, el devenir de los hechos cambia
totalmente hacia el final y nos hace dudar, dejando un final abierto que obliga
a no olvidar la historia nada más acabar los créditos. La duda sobre el quién
es quién, qué parte de la historia es real y qué no, nos hace plantearnos si
los directores han jugado con nosotros, y eso es suficiente para afirmar que no
nos han servido todo en bandeja. Porque al fin y al cabo se nos presentan tres
historias diferentes, pero ¿cuál de ellas es la verdadera? ¿El relato es vida o
ficción?
Tres historias magníficamente presentadas, tres historias en tiempos distintos que fluyen por sí solas gracias a un montaje exquisito. De entre todas, el relato de Jeremy Irons es quizás el más fuerte: la explicación del origen del libro, cómo las palabras surgen de la vivencia y experiencia atormentada de un pobre chico de postguerra. Irons le infude fuerza y Ben Barnes la respalda con una interpretación considerable, mucho más que la de Bradley Cooper, Zoe Saldana, Olivia Wilde o Dennis Quaid. De hecho, la participación de Jeremy Irons fue el eje del proyecto y sin su presencia el film independiente no hubiese sido el mismo, incluso puede que no hubiese visto la luz.
Tres historias magníficamente presentadas, tres historias en tiempos distintos que fluyen por sí solas gracias a un montaje exquisito. De entre todas, el relato de Jeremy Irons es quizás el más fuerte: la explicación del origen del libro, cómo las palabras surgen de la vivencia y experiencia atormentada de un pobre chico de postguerra. Irons le infude fuerza y Ben Barnes la respalda con una interpretación considerable, mucho más que la de Bradley Cooper, Zoe Saldana, Olivia Wilde o Dennis Quaid. De hecho, la participación de Jeremy Irons fue el eje del proyecto y sin su presencia el film independiente no hubiese sido el mismo, incluso puede que no hubiese visto la luz.
El ladrón de palabras nos habla de la dificultad de la
creación y la moralidad del plagio de una forma sutil, casi desapercibida, pero
notable al fin y al cabo. La base del guion, las interpretaciones agradables y la
presentación a modo de lectura tanto individual como respecto al conjunto del
film hacen la película muy llevadera. Nos están leyendo un libro, y nunca mejor
dicho.
Nota: 7
Alejandra Diez
Nota: 7
Alejandra Diez
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