1987 fue un buen año para la gran pantalla. Los nueve Oscar de El último emperador de Bernardo
Bertolucci son prueba de ello. Vimos también los horrores de la guerra a través
de los ojos de Stanley Kubrick en La
chaqueta metálica, con los buenos días de Robin Williams en Good Morning Vietnam y con la inocencia
de un pequeño Christian Bale en El
imperio del sol de Steven Spielberg. Al mismo tiempo, Woody Allen recordaba
su juventud en Días de radio y Oliver
Stone construía un thriller alrededor
del poder del capital y las finanzas en Wall
Street. Mientras, Brian De Palma volvía al Chicago de Al Capone con Los intocables de Eliot Ness. Ese mismo
año, no obstante, la historia de una mujer francesa que conseguía unir a una
congregación danesa gracias a una deliciosa cena enternecía a público y crítica.
25 años después, esa misma historia, El
Festín de Babette, sigue enamorando a todo espectador, al igual que su protagonista,
Stéphane Audran. Con un estilo en la narración que recuerda en ocasiones al
cine de Bergman, el director Gabriel Axel sitúa la acción en el siglo XIX y
confronta dos mundos completamente opuestos: el de dos solitarias hermanas, Martine
y Filippa, hijas del estricto pastor de una pequeña iglesia protestante en
Dinamarca, con el de Babette, su criada, una refugiada francesa que ha escapado
de la represión a la Comuna de París de 1871. El choque entre culturas y
religiones quedará plasmado en el momento en que Babette les proponga a las dos
hermanas preparar la cena en honor al difunto padre de las segundas. Aunque
recelosas de la comida católica, “diabólica”, que la cocinera les quiere
ofrecer, Martine y Filippa accederán a la propuesta y, para sorpresa suya,
descubrirán en la sopa de tortuga y el champán un fuerte lazo de unión entre su
congregación, cada vez más distante y frágil.
La historia, que mantiene un ritmo pausado y se para a saborear cada
emoción y sensación —sea música, comida o una simple charla—, está tratada a
modo de fábula y nos recuerda una vez más el carácter mágico de una buena
comida, el mismo que después hemos visto en tantas otras películas como Chocolat y Como agua para chocolate. Por su parte, la pasión con que trabaja
Audran, musa y mujer de Claude Chabrol durante la década de los 60 y los 70, así
como el humor que en su momento aportó a la cinta, incrementan esa simpatía que
hoy definiríamos como una “feel good movie”. Puede, pues, haber pasado un
cuarto de siglo desde su estreno y haber cambiado el modo de hacer cine, pero
la magia de Babette y su cocina aún se conservan intactas en la gran pantalla.
No se pierdan la reposición de este clásico europeo.
Es una película que vi cuando se estrenó y que me encantó.
ResponderEliminarGran película, me he leído el libro en que se basa de Isak Dinesen, la escritora danesa en la que se basó Memorias de África, y aunque es delicioso creo que esta vez me quedo con la película, se plasma mucho mejor como decís la magia de Babette y su cocina.
ResponderEliminarBuen post!! Nos seguimos leyendo.