En 1948, el señor George Orwell hablaba de la sociedad del Gran Hermano
como una población vigilada en donde la libertad era la esclavitud y la
ignorancia la fuerza. Una población ignorante que, a su vez, adulaba a sus
controladores. Federico Fellini, por su parte, al igual que los directores del
neorrealismo italiano, ya pintaron la desesperación de las familias en la
Italia de la posguerra. Hoy, Matteo Garrone, director de la aclamada Gomorra, coge un poco de ambos para
retratar, también con el uso de la comedia, una importante parte de la sociedad
italiana. De hecho, el gentilicio aquí es lo de menos, porque la realidad de Reality, valga la redundancia, se puede
aplicar a toda la sociedad en general, a todos aquellos que, más o menos cerca del
lindar de la pobreza, se crean una realidad ficticia en torno a la televisión,
soñando con falsas verdades y felicidades inventadas que les impiden ver a su
alrededor y tirar adelante.
Ganadora del Gran Premio del Jurado en la edición de este año del Festival
de Cannes, Reality es una comedia
dramática que nos narra la vida de Luciano, un pescadero de la sureña ciudad de
Nápoles que complementa sus modestos ingresos con pequeños timos que monta
junto a su mujer. Un día, más por presión de sus hijos que otra cosa, decide
presentarse a las pruebas de Gran Hermano. La simple idea de entrar en el
programa y mejorar su vida y la de su familia acaban por obsesionar a Luciano,
que empezará a cambiar la percepción que tiene de la realidad.
El film está protagonizado por Aniello
Arena, con la particularidad que lleva ya bastantes años encerrado en la
prisión de alta seguridad de Volterra —por eso no pudo asistir a Cannes la
pasada primavera—. Su situación personal, sea la que sea, no quita que Arena haga
una interpretación brillante, como en su momento hicieran los actores novel que
usaron directores como Vittorio de Sica. Natural, cómico, payaso y patético al
final, la interpretación de Arena es lo mejor del film al lado de la crítica
social de Garrone, aunque no por ello hay que desmerecer al resto del elenco
(Loredana Simioli, Nando Paone, Giuseppina Cervizzi), componente perfecto para
la típica, y tópica en algunos aspectos, familia italiana protagonista coral
del film.
¿El único fallo? La larga extensión del film, que acabar por cansar al
espectador y hacerle olvidar, en parte, la genialidad de la historia que está
contando Garrone. Sin embargo, y a pesar de la durada, técnicamente la película
también es excelente. Los primeros planos de Arena con el fondo desenfocado
ayudan a la creciente locura del protagonista y su distanciamiento del resto de
la familia y amigos. Así mismo, los travelling
al inicio —al estilo Sonrisas y lágrimas—
y al final de la película dan la sensación de introducirnos en una de las miles
historias y familias que viven en la misma podredumbre social que los
protagonistas de esta historia. Por último, parece imposible hablar de una
película en que el compositor sea Alexandre Desplat sin alabar la banda sonora.
El músico francés sabe cuándo hay que utilizar más o menos la música y
encuentra para cada uno de sus films el tema y la melodía perfectos. En este
caso, la tonadilla divertida, melancólica y típicamente italiana es la opción perfecta
para el film de Garrone, genial crítica a las mentiras de unos realities que, de realidad, no tienen
nada.
Lo mejor: Arena, magnífico, y la capacidad de Garrone para crear una
comedia dramática al estilo del cine clásico italiano.
Lo peor: su larga durada. El mismo mensaje se podría haber conseguido con
muchas menos escenas.
Nota: 8
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