El auditorio del Palacio de Congresos Kursaal de San Sebastián tiene
capacidad para 1.800 personas. Así pues, que la gran mayoría de la sala se
deshaga en aplausos con muchas de las frases de El capital de Costa-Gavras, que hizo allí su estreno durante el
Zinemaldia, algo querrá decir. Basada en el libro homónimo de Stéphane Osmont,
la nueva película del director griego narra el ascenso del ambicioso Marc
Tourneuil en el feroz mundo de las altas finanzas, donde la única regla, la
única ley que vale, es “ganar dinero”.
El capital es un retrato descarnado del capitalismo, o mejor dicho,
un retrato del capitalismo descarnado del siglo XXI, aquél que David Cronenberg
quiso reproducir en la fallida y vacía Cosmópolis
y que en cambio tan bien ha planteado el director de Z y La caja de música. Costa-Gavras,
de un modo similar al que nos tiene acostumbrados Ken Loach -aunque éste último centrado siempre en las clases sociales- es uno de los
máximos exponentes del cine denuncia. Política, sociedad, memoria histórica,
economía… Gavras encuentra siempre el relato perfecto y el enfoque más atractivo,
habitualmente tratado a modo de thriller,
uno de sus mejores géneros junto al drama. En este caso, el suspense no
falla, y aparece además con toques de un cinismo hiriente pero
desafortunadamente verdadero.
A modo de fábula, y con un protagonista que se funde con el monstruo
moderno que es “el capital”, la narración va acelerándose poco a poco e
incrementando magistralmente la tensión de la historia. Esta evolución es paralela
a la del propio Tourneuil, engullido por los valores de los mercados y las riquezas
del famoso 1%, aquellas personas que, como dice Gavras, no viven la enfermedad — la crisis— desde la
inquietud y la angustia, sino que viven de la enfermedad. Como crítica a
esta situación, destaca la escena de la comida familiar, que podríamos definir
como la voz y el grito desesperado de la clase media, aquí reflejado en el tío
del protagonista. El personaje sólo tiene dos frases, pero son de lo más
clarividente y caen como jarrones de agua fría.
No obstante, si hay alguien que se come la pantalla
al 100% ese es Gad Elmaleh. Acostumbrados a verlo haciendo el ridículo al lado
de Audrey Tautou y de la mano de Sophie Marceau, o persiguiendo a Owen Wilson
hasta el Versalles de Luís XVI, la capacidad dramática del cómico francés en El capital sorprende y entusiasma al
mismo tiempo. Dice Elmaleh que cuando
el director le propuso hacer el personaje, le preguntó por qué lo quería a él, un
cómico. La respuesta de Gavras, clara y contundente: le envió un DVD de Desaparecido, cinta en la que Jack
Lemmon, gran cómico del cine clásico, hacía uno de los papeles de su vida
buscando a su hijo en Chile. Aquí Elmaleh está espléndido y podríamos hablar,
sin exagerar, de la mejor interpretación de toda su carrera. Geniales, por cierto,
las luchas verbales entre él y Gabriel Byrne, que vuelve a trabajar con el
director después de Hanna K.
A pesar de todo, puede que El capital
no sea la mejor película del director, pero a fin de cuentas, el peor
Costa-Gavras siempre será una excelentísima película de visionado obligado, ya
sea por el contenido de sus películas o el modo en que las narra. Su nuevo film
tiene como protagonista las particulares reglas “morales” de nuestro sistema
económico, según las cuales, claro está, es necesaria la presencia de un Robin
Hood que robe a los pobres para dárselo a los ricos.
Nota: 9
No hay comentarios:
Publicar un comentario