¡Buenas! ¿Cómo va eso? Venga, que vamos a animar un poco la tarde con la solución al Enigma Rosebud de hace unas semanas. Como muy bien nos dijeron Sun, Marta y Maria Eugenia, el film que os proponíamos con ese fácil jeroglífico (aquí) era 12 hombres sin piedad (12 Angry Men), obra maestra del cine clásico que fue el debut en la dirección cinematográfica de Sidney Lumet. La historia se centra en las deliveraciones de un jurado, compuesto por doce hombres, acerca de la culpabilidad o inocencia de un joven acusado de asesinato. Interpretan a los doce miembros del jurado Henry Fonda, Jack Warden, Martin Balsam, Lee J. Cobb, John Fiedler, E.G. Marshall, Jack Kulgman, Edward Binns, Ed Begley, Robert Webber, Joseph Sweeney y George Voskovec. ¡Vamos con el especial!
En otros Enigmas Rosebud ya hemos admirado más de una vez aquellos films que consiguen mantener e incrementar el interés del espectador en un único y reducido espacio. Ya en 1948, Alfred Hitchcock utilizó una simple sala de estar para rodar la mayor parte de La Soga. Hace tan sólo dos años, Rodrigo Cortés nos entusiasmó con Buried, donde un brillante Ryan Reynolds se pasaba los 90 minutos de película atrapado dentro de un ataud. En 12 hombres sin piedad, el 90% de la historia transcurre dentro de la sala del juzgado en la que los protagonistas intentan llegar a un acuerdo unánime: culpable o inocente, guilty or not guilty. Este espacio se acaba convirtiendo en el escenario de una película, por una parte muy cinematográfica -el montaje y los movimientos de la cámara alrededor de la mesa son espléndidos-, y por la otra muy teatral.
Esta teatralidad viene dada especialmente por ese único escenario que es la sala del juzgado, pero también se encuentra en el dramatismo in crescendo de las escenas, a medida que avanza la película, y en el espectacular duelo interpretativo entre los distintos personajes. El juego dialogístico es una de las más potentes armas del guión de la cinta, escrito por Reginald Rose, el creador de la historia, de modo que las discusiones entre los favorables al "culpable" y los partidarios del "inocente" van cogiendo cada vez más fuerza. Es a través de ellas que se incrementa la tensión del relato, llegando finalmente hasta la catarsis y desgarrador final de la narración.
Claro que cuando una película trabaja principalmente con diálogos, la responsabilidad del elenco es máxima. En el film de Lumet, cada uno de los doce miembros del jurado demuestra un alto nivel interpretativo -se echan de menos, actualmente, aquellas magistrales dicciones de los actores del cine clásico-. El cabeza de función, brillante, trascendental, dramático y justo, es nuestro querido Tom Joad, Henry Fonda para los amigos. Sin embargo, no hay que olvidar tampoco la destacada presencia de Lee J. Cobb, el principal antagonista de Fonda, ni de otros nombres como Martin Balsam, John Fiedler o un por entonces bastante joven Jack Warden.
Una buena película, sin embargo, no la hacen sólo los actores ni el acierto del realizador ni la genialidad de los diálogos, sino también el contenido y significado de la misma. 12 hombres sin piedad es una dura y justa crítica a la sociedad y la justicia norteamericanas y, en realidad, de muchos países más, donde llegar a tiempo a un partido de béisbol es más importante que decidir si una persona va a la cárcel y donde la vida personal de cada uno puede influenciar en el futuro del acusado. En inglés dicen "guilty or not guilty" (culpable o no culpable), es decir, puede que la persona no sea probadamente inocente pero, como tampoco se puede probar su culpabilidad absoluta, tampoco es culpable.
Así pues, si hay una duda razonable, ¿no tendríamos que defender el in dubio pro reo? En caso de duda, a favor del reo. ¿Quién nos dice que unas simples gafas o los segundos que tarda un señor mayor en cruzar una habitación no pueden probar que el chico es inocente? Si hay la más mínima duda, ¿condenaremos a esta persona? La crítica del texto es clara, e incluso en su momento influenció la opinión de más de un juez en los Estados Unidos. 12 hombres sin piedad demuestra que el buen cine (con Sidney Lumet no hace falta ni planteárselo) muchas veces también puede ser un importante medio para la denuncia social y política.
Esta teatralidad viene dada especialmente por ese único escenario que es la sala del juzgado, pero también se encuentra en el dramatismo in crescendo de las escenas, a medida que avanza la película, y en el espectacular duelo interpretativo entre los distintos personajes. El juego dialogístico es una de las más potentes armas del guión de la cinta, escrito por Reginald Rose, el creador de la historia, de modo que las discusiones entre los favorables al "culpable" y los partidarios del "inocente" van cogiendo cada vez más fuerza. Es a través de ellas que se incrementa la tensión del relato, llegando finalmente hasta la catarsis y desgarrador final de la narración.
Claro que cuando una película trabaja principalmente con diálogos, la responsabilidad del elenco es máxima. En el film de Lumet, cada uno de los doce miembros del jurado demuestra un alto nivel interpretativo -se echan de menos, actualmente, aquellas magistrales dicciones de los actores del cine clásico-. El cabeza de función, brillante, trascendental, dramático y justo, es nuestro querido Tom Joad, Henry Fonda para los amigos. Sin embargo, no hay que olvidar tampoco la destacada presencia de Lee J. Cobb, el principal antagonista de Fonda, ni de otros nombres como Martin Balsam, John Fiedler o un por entonces bastante joven Jack Warden.
Una buena película, sin embargo, no la hacen sólo los actores ni el acierto del realizador ni la genialidad de los diálogos, sino también el contenido y significado de la misma. 12 hombres sin piedad es una dura y justa crítica a la sociedad y la justicia norteamericanas y, en realidad, de muchos países más, donde llegar a tiempo a un partido de béisbol es más importante que decidir si una persona va a la cárcel y donde la vida personal de cada uno puede influenciar en el futuro del acusado. En inglés dicen "guilty or not guilty" (culpable o no culpable), es decir, puede que la persona no sea probadamente inocente pero, como tampoco se puede probar su culpabilidad absoluta, tampoco es culpable.
Así pues, si hay una duda razonable, ¿no tendríamos que defender el in dubio pro reo? En caso de duda, a favor del reo. ¿Quién nos dice que unas simples gafas o los segundos que tarda un señor mayor en cruzar una habitación no pueden probar que el chico es inocente? Si hay la más mínima duda, ¿condenaremos a esta persona? La crítica del texto es clara, e incluso en su momento influenció la opinión de más de un juez en los Estados Unidos. 12 hombres sin piedad demuestra que el buen cine (con Sidney Lumet no hace falta ni planteárselo) muchas veces también puede ser un importante medio para la denuncia social y política.
P.D. Numerosas adaptaciones se han hecho sobre 12 hombres sin piedad, en televisión, cine y teatro. Quizás la más destacada sea el remake de la película original que en 1997 se hizo en televisión. Con textos casi idénticos al film de Lumet, el elenco lo encabezaba Jack Lemmon, en el papel de Fonda, seguido por Armin Mueller-Stahl, James Gandolfini, George C. Scott, Tony Danza, William Petersen, Ossie Davis, Hume Cronyn, Courtney B. Vance, Mykelti Williamson, Edward James Olmos y Dorian Harewood. ¿La habéis visto? Os dejamos también el enlace con el film en subtítulos en castellano.
Los seguidores de mi edad, que supongo serán pocos, no podemos olvidar por años que pasen, el famoso Estudio 1 de TVE (un espacio de teatro hecho en estudios de televisión)que representó esta obra con los mejores actores del momento de la escena española. Hay DVD de esa obra. Si alguien tiene la oportunidad que no se la pierda. Aquí también hemos tenido grandes actores e interpretaciones que desgraciadamente nunca han traspasado nuestras fronteras, ni físicas ni temporales.
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