En verano del 2003, después de una comedia, un thriller y una cinta de terror, el director Gore Verbinski se metió de lleno en el género de aventuras… y más concretamente, en una temática que hacía casi una década que había quedado enterrada entre los escombros de un fiasco de taquilla: las historias de piratas. A pesar de las malas críticas, Piratas del Caribe: la maldición de la Perla Negra fue un éxito comercial. Y no sólo eso, la película supuso el regreso por la puerta grande de las aventuras cinematográficas en el mar. A su manera, Verbinski había contribuido a rendir homenaje a películas como El temible burlón o El capitán Blood, y lo hizo con un filme redondo y cerrado, una cinta que contenía todos los elementos necesarios para hacer de una película un entretenimiento de primera: humor, aventuras, misterio, maldiciones, amor, tesoros, personajes carismáticos y ron. Todo esto envuelto por un más que correcto guión, una muy buena dirección y una excelentísima música, obra de Klaus Badelt.
El resultado, a nivel de público, como mínimo, fue extraordinario. ¿Cuál fue la pega? Como suele ocurrir últimamente, que el éxito alarga las cosas, las hace innecesariamente duraderas, pesadas y, en definitiva, malas. Las tres secuelas de la saga de Piratas del Caribe, aunque también un boom de taquilla, perjudicaron negativamente a la primera entrega y, además, acabaron por cansar al público, y sobre todo a la crítica, con la presencia del ya mítico personaje creado por Johnny Depp, alias capitán Jack Sparrow. Quizás ésta sea una de las razones de peso por las que, desde antes de su estreno, El llanero solitario haya recibido tan mala publicidad y críticas alrededor del mundo, en especial en Estado Unidos. Seguro que el hecho de que la nueva película de Gore Verbinski se meta con el patriotismo norteamericano y sus grandes logros durante “la conquista del oeste” no tienen nada que ver…
Sea como sea, sería un error desprestigiar a El llanero solitario sólo por sus malas críticas y resultados en las salas estadounidenses. ¿Por qué? Porque la cinta de Verbinski, que recupera otro de los géneros del cine clásico —el western—, es un notable producto de entretenimiento y aventuras, con una estupenda dirección, una banda sonora sobresaliente y un último cuarto de película espectacular.
Basada en los personajes protagonistas del programa de radio y posterior serie de televisión, El llanero solitario nos cuenta la historia de John Reid —alias “el llanero solitario”— hombre de ley, vigilante y justiciero. Acompañado siempre de su caballo Silver y su compinche Tonto —Toro en la versión doblada— Reid no siempre fue un hombre a un antifaz pegado. ¿Cómo llegó a serlo? ¿Quién lo convenció para que se lo pusiera? Eso es lo que nos cuenta Gore Verbinski en su película, aprovechando el comienzo de la leyenda del personaje para hacer una cinta de aventuras con acción, humor, sátira, crítica, drama e historia de amor. Si además situamos el relato durante la construcción del ferrocarril en el lejano oeste, y le sumamos las problemáticas con los indios —importante destacar que los indios no son los malos de esta película—, la propuesta va ganando interés por momentos.
Los guionistas Ted Elliott y Terry Rossio, responsables de la saga de Piratas del Caribe, conocen los elementos con los que juegan y saben entrelazarlos de manera que el resultado sea eficaz, destacable y, sobre todo, entretenido. ¿Que la película dura demasiado? Sin duda alguna. ¿Que como consecuencia de su duración la parte central de la historia flaquea peligrosamente por todos lados? También. Sin embargo, las virtudes de El llanero solitario acaban salvando todos los defectos que pueda tener, como son la pobre explicación de algunas situaciones sobrenaturales y, sobre todo, la muy desaprovechada aparición de Helena Bonham Carter en el papel de Red. Con virtudes me refiero, primero de todo, a la dirección de Verbinski —atención al principio de la película, no tiene desperdicio—, la fotografía, el maquillaje —William Fichtner está irreconocible— y las interpretaciones… Sí, las interpretaciones de Armie Hammer, que no está para nada soso —en realidad es de los más graciosos de la función— y de Johnny Depp, quien tampoco está tan parecido a Jack Sparrow como la peluca negra nos indica en un primer momento. La combinación de todos estos elementos, unidos a la mejor banda sonora que Hans Zimmer ha firmado en los últimos años, llega a su punto culminante durante los últimos 30 minutos de película, un espectáculo coreográfico de saltos, trenes, explosiones y pistolas al son de la obertura de Guillermo Tell. Sin duda, El llanero solitario valdría la pena solo por este último tiempo. Todo lo demás, correcta diversión y entretenimiento con una excelente banda sonora. Vamos a darle una oportunidad al tándem Verbisnki y Depp.
Lo mejor: la dirección de Verbinski, en especial al inicio y final de la cinta, Depp y la música de Zimmer.
Lo peor: la marcada bajada de interés hacia la mitad del filme.
Nota: 7
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