¡Buenos días cinéfilos! Ayer por la noche se pudo ver El gran dictador en los cines Girona de Barcelona. Nos hizo pensar en que hace tiempo que os debemos un especial sobre esta obra maestra de Charles Chaplin. Hace un tiempo fue uno de nuestros Enigmas Rosebud. Os proponíamos relacionar 4 imágenes (aquí) pertenecientes a distintas películas. Cada una de estas fotografías, sin embargo, tenía un objecto, personaje o concepto que, relacionado con los otros, nos podía llevar fácilmente al título buscado. Así, en la primera imagen -El jorobado de Notre Dame- veíamos a un barbero, en la segunda -Mientras dormías- un globo terráqueo, en la tercera -El pianista- un judío marcado por los nazis con un brazalete, y en la cuarta -Mary Poppins- dos monedas. Juntando cada una de las pistas, llegábamos a la conclusión de que, la película del Enigma Rosebud no era otra que El gran dictador de Charles Chaplin (1940), protagonizada por un barbero judío y con no pocas escenas míticas, entre ellas la del baile con el globo terráqueo y el momento en que el protagonista se traga diversas monedas escondidas en varios pasteles.
Nos toca especial, pues, de este clásico del genio humorístico, su primer film enteramente hablado. Y al igual que hice con dos de mis previos Enigmas, Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942) y La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), voy a sumar El gran dictador a la lista de films que hay que recordar, no sólo por ser buenas comedias -en el caso de Benigni habría también una importante parte de drama-, sino por utilizar con ingenio el elemento de la sátira para criticar y luchar contra una de las atrocidades más grandes de la historia contemporánea: la ideología nazista y el Holocausto judío. En realidad, Chaplin fue el primero que en plena Segunda Guerra Mundial y apogeo del mandato de Hitler se valió del ridículo y la risa como armas para luchar contra el enemigo de la humanidad y la variedad cultural. El gran dictador es una obra maestra, cinematográfica e histórica, y como tal, hoy Cinema Lights le dedica un homenaje.
Lugar: Tomania. Un barbero judío vuelve a su casa y trabajo después de pasar veinte años en un hospital, inconsciente, por heridas recibidas durante la Primera Guerra Mundial. Sin haber tenido ningún contacto con el mundo exterior durante todo este tiempo, el protagonista se encuentra en un país dominado por el dictador Adenoid Hynkel, un hombre sin escrúpulos que ha aislado a los judíos -según él, una raza inferior- en un gueto del que no pueden salir. "Casualmente", el dictador tiene un parecido idéntico con el barbero, cosa que le irá muy bien al protagonista para salvarse de toda una serie de enredos, rebelarse contra el poder de Hynkel y luchar en favor de la humanidad y la libertad de todos los pueblos y naciones.
El barbero judío y el dictador. Quizás la idea de utilizar el parecido físico entre protagonista y antagonista le vino a Chaplin de su propio parecido con el gran ridiculizado de la función: Adolf Hitler. Nacidos el mismo mes y el mismo año, con tan sólo cuatro días de diferencia, nadie puede negar la semejanza entre el bigote del instigador del nazismo y el del querido cómico mudo, Charlot. Este pequeño detalle Chaplin lo convirtió en la base de El gran dictador, film con todos los elementos de la mejor de las comedias que, además, contiene uno de los más preciosos mensajes de amor a la vida y al hombre.
El slapstick de Charlot
El humor de Chaplin le es único y particular. Así como el conocido "toque" de Ernst Lubitsch se basa principalmente en la fuerza de los diálogos y la "verborrea" de sus protagonistas -solo hay que recordar las conversaciones entre Jack Benny y Carol Lombard en Ser o no ser-, la técnica del slapstick centra todo su interés en el gag físico. Expresiones, patacadas, caídas... Todo orquestado al son de una perfecta coreografía que Charles Chaplin no solo conoce, sino que domina como el que más. Uno de los muchos ejemplos que se encuentran en El gran dictador es la mítica escena de la barbería, en la que Chaplin afeita a su cliente al ritmo de la Danza Húngara nº5 de Brahms:
El slapstick de Charlot
El humor de Chaplin le es único y particular. Así como el conocido "toque" de Ernst Lubitsch se basa principalmente en la fuerza de los diálogos y la "verborrea" de sus protagonistas -solo hay que recordar las conversaciones entre Jack Benny y Carol Lombard en Ser o no ser-, la técnica del slapstick centra todo su interés en el gag físico. Expresiones, patacadas, caídas... Todo orquestado al son de una perfecta coreografía que Charles Chaplin no solo conoce, sino que domina como el que más. Uno de los muchos ejemplos que se encuentran en El gran dictador es la mítica escena de la barbería, en la que Chaplin afeita a su cliente al ritmo de la Danza Húngara nº5 de Brahms:
La sátira como arma
La escena de la barbería, así como la recuerrente secuencia de tragarse algo que haga ruido -en este caso una moneda-, son también ejemplos de la parte más cómica de la película. Lo mejor de El gran dictador, sin embargo, es que Chaplin mezcla la comedia del slapstick con la sátira y la crítica política. No hay ningún personaje en esta película que se escape del poder ridiculizador del director británico. Napaloni/Mussolini subiendo la silla para quedar más alto que Hynkel/Hitler, este último jugando con un mundo de globo que le peta en las manos y chillando como un loco delante de su entusiasta audiencia... Cada idea, cada representación que Chaplin hace de la Alemania nazi es más efectiva que cualquier bomba, cualquier arma que se pudiera usar contra Hitler y su ideología.
¡Chaplin habla!
De aquí también el importantísimo uso que hace Chaplin del drama al final de la cinta. Ese discurso, ese maravilloso discurso con el que el cómico, siempre con esperanza, hace un canto a la humanidad, a la igualdad y bondad de las personas. Un discurso que hace llorar a cualquiera que lo escuche, un discurso que, en 1941, se postuló con fuerza ante la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Además, esta escena es igualmente importante dentro de la filmografía de Charles Chaplin por ser la primera vez que hablaba delante de cámara -en Tiempos modernos ya lo habíamos escuchado cantar, pero aquí habló, y ¡anda si habló!-. No encontramos mejor manera de terminar este artículo, pues, que dejaros con ese mismo discurso y ese "Look up, Hannah!" que el protagonista le dedica a la estrella femenina del film: la encantadora Paulette Goddard.
La escena de la barbería, así como la recuerrente secuencia de tragarse algo que haga ruido -en este caso una moneda-, son también ejemplos de la parte más cómica de la película. Lo mejor de El gran dictador, sin embargo, es que Chaplin mezcla la comedia del slapstick con la sátira y la crítica política. No hay ningún personaje en esta película que se escape del poder ridiculizador del director británico. Napaloni/Mussolini subiendo la silla para quedar más alto que Hynkel/Hitler, este último jugando con un mundo de globo que le peta en las manos y chillando como un loco delante de su entusiasta audiencia... Cada idea, cada representación que Chaplin hace de la Alemania nazi es más efectiva que cualquier bomba, cualquier arma que se pudiera usar contra Hitler y su ideología.
¡Chaplin habla!
De aquí también el importantísimo uso que hace Chaplin del drama al final de la cinta. Ese discurso, ese maravilloso discurso con el que el cómico, siempre con esperanza, hace un canto a la humanidad, a la igualdad y bondad de las personas. Un discurso que hace llorar a cualquiera que lo escuche, un discurso que, en 1941, se postuló con fuerza ante la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Además, esta escena es igualmente importante dentro de la filmografía de Charles Chaplin por ser la primera vez que hablaba delante de cámara -en Tiempos modernos ya lo habíamos escuchado cantar, pero aquí habló, y ¡anda si habló!-. No encontramos mejor manera de terminar este artículo, pues, que dejaros con ese mismo discurso y ese "Look up, Hannah!" que el protagonista le dedica a la estrella femenina del film: la encantadora Paulette Goddard.
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Genial película donde las haya y para mi una de las mejores de la historia del cine.
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