Though the world is so full of a number things,
I know we should all be as happy as
But are we?
No, definitely no, positively no.
Decidedly no.
Short people have long faces and
Long people have short faces.
Big people have little humor
And little people have no humor at all!
Make them laugh Make them laugh Don't you know everyone wants to laugh? My dad said “Be an actor, my son But be a comical one They'll be standing in lines For those old honky tonk monkeyshines”
Make them laugh Make them laugh Don't you know everyone wants to laugh? My dad said “Be an actor, my son But be a comical one They'll be standing in lines For those old honky tonk monkeyshines”
“Hazlos reír”, decía Donald O’Connor en una de las escenas míticas de Cantando bajo la lluvia. Gran cómico, Donald O’Connor. Y muy acertado su personaje en esta canción, porque una de las mejores satisfacciones de este mundo es hacer reír a la gente. Ahora bien, ser actor cómico también es una profesión difícil, y no todos lo consiguen. Pues bien, el actor Gad Elmaleh parece haber encontrado la fórmula y haberse hecho un experto en el género. En Francia ya es toda una institución, tanto, que sus trabajos ya han dado la vuelta a nivel internacional. Lo hemos visto en Un engaño de lujo, con Audrey Tatou, en El juego de los idiotas, y el año pasado también nos reímos un rato con su aparición en Midnight in Paris. Esta vez vuelve acompañado de Sophie Marceau en La felicidad nunca viene sola, una comedia romántica sencilla, repetitiva, sí, pero entretenida y con encanto que en Francia ya han visto más de 1.300.000 espectadores.
Sacha (Elmaleh) es un músico alocado, bohemio, soltero y ligón, y no soporta
a los niños. Charlotte (Marceau), por el contrario, es conservadora de arte, es
bastante patosa, está divorciada y separada, va estresada, tiene tres hijos y
va estresada todo el día. ¿Qué pasará? Evidentemente, los polos opuestos se
atraen, y de alguna manera la alergia que Sacha le tiene a los niños se acabará
disipando. Bueno, estamos delante del típico argumento de una comedia
romántica. Pero aún nos queda un adjetivo para añadir a la palabra comedia y es
“francesa”. ¿Qué tendrá la comedia francesa? ¿Qué elemento se repite en todas
ellas que les da un aire desenfadado, encantador y, en algunas ocasiones, incluso
mágico?
Tenemos a la misma Un engaño de lujo,
a los Tímidos anónimos del año
pasado, a Odette, una comedia sobre la
felicidad, a Quiéreme si te atreves,
con Marion Cotillard y Guillaume Canet y, por supuesto, a las reinas del
cotarro: Amélie y The Artist. Todas ellas, sean mejores o peores
cinematográficamente hablando, presentan una mezcla perfecta entre color,
afecto, alegría y buen humor que les muchos puntos como “feel good films”.
Lo mismo pasa con La felicidad nunca
viene sola. El argumento es previsible, sencillo y poco original. Sin
embargo, la gracia de este film es su modo de contar la historia, sus gags, la
química entre los personajes y, en este caso, que las paredes del apartamento
de Sacha estén decoradas con pósters y pinturas de Cantando bajo la lluvia, West Side Story, Hair, Jesucristo Superstar y Casablanca. Así pues, si
superamos el hecho de que no estamos delante de ninguna obra maestra y que la
historia que se nos cuenta es más irreal que la ciencia ficción, nos
encontraremos delante de una cinta simpática, entretenida y, lo más importante,
que nos hace reír.
Lo mejor: el encanto habitual de la comedia francesa, la “patosidad” de
Sophie Marceau –más que aprobada, también, su faceta cómica-, y los pósters,
sin duda los pósters que decoran la casa de Gad Elmaleh.
Lo peor: que a pesar de todo, continúa siendo lo mismo de siempre y no
aporta novedades al género.
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