Las adaptaciones de clásicos literarios a la gran pantalla acostumbran a
seguir una especie de rueda generacional. Jane Austen, las hermanas Brönte, León
Tolstoi… todos cuentan con un buen número de versiones cinematográficas. En la
mayoría de casos encontramos siempre una primera ola de adaptaciones realizadas
entre los años 30 y 40 —aquí entrarían Más
fuerte que el orgullo (Robert Z. Leonard, 1940), Alma rebelde (Ronert Stevenson, 1943) y Ana Karenina (Clarence Brown, 1935), versiones de Orgullo y prejuicio, Jane Eyre y Anna Karenina respectivamente—. Desde entonces, la segunda, tercera
y hasta cuarta olas se han ido sucediendo tanto en la pequeña como en la gran pantalla,
pasando por algunas versiones modernas sacadas de contexto y por otras tan precisas
que parecen copias directas de cada una de las páginas del original.
Últimamente estamos en pleno boom literario del siglo XIX. Entre 2011 y
2012 vimos sendas versiones de
Jane Eyre
y
Cumbres Borrascosas, y este marzo Joe
Wright nos acaba de entusiasmar con una nueva, arriesgada y fabulosa incursión
en el mundo de
Anna Karenina. Con todo,
uno de los escritores que más se ha
adaptado a lo largo de la historia del cine es Charles Dickens. En 2005 Roman
Polanski ya resucitó a su mítico
Oliver
Twist. Este año toca la revisión de otro de sus clásicos,
Grandes esperanzas. Después de la
extraña y moderna versión que Alfonso Cuarón hizo en 1998, esta vez el director
Mike Newell ha decidido volver a los aires del siglo y hacer una película de
escuela, perfecta técnicamente y con todos los elementos del cine puramente
británico, entre ellos una preciosa y melancólica melodía de violín compuesta
por Richard Hartley.