En pleno clímax del Festival de Berlín, con todos los fans del trío
Linklater, Hawke y Delpy esperando el estreno de Antes del anochecer, llega a nuestras pantallas la nueva cinta como
directora de ésta última: Dos días en
Nueva York. De un modo similar al de su predecesora, Dos días en París, Julie Delpy vuelve a utilizar el choque cultural
entre Francia y los Estados Unidos como principal recurso para esta comedia de
excentricidades, hipocondrías y diálogos con cierto toque “alleniano”,
empezando por uno de los temas favoritos del director neoyorkino, la muerte.
La película continúa con la vida de Marion (Delpy), que vive en Nueva York
con su nueva pareja, Mingus (Chris Rock) y sus respectivos hijos. Para celebrar
una importante exposición fotográfica, Marion ha invitado a su padre y a su
hermana para que vengan de visita desde Francia y así poder enseñarles la
ciudad.
Ya de entrada, el escenario que escoge la directora podría ser otro punto
de contacto entre el film de Delpy y los clásicos de Allen en la Gran Manzana,
pero allí donde se ven más similitudes entre uno y otro realizador es en la
construcción de los dos protagonistas y las situaciones que los envuelven. Por
un lado, tenemos a Marion y sus reflexiones sobre la existencia del alma y la
posibilidad o no de venderla; por el otro, la supuesta superioridad intelectual
de Mingus, aterrorizado por las barbaridades de sus familiares gabachos y
bastante obsesionado por hablar con el presidente estadounidense. Sólo falta la
figura del psicólogo y las discusiones sobre la religión.
No obstante, estos pequeños “allenismos” de los que bebe la película en
determinados momentos no son suficientes para compensar las no pocas
situaciones pasadas de rosca y carentes de gracia alguna que se repiten a lo
largo de toda la cinta. La exagerada contraposición entre la cultura francesa y
la norteamericana, lejos de la divertida y astuta parodia que podría haber sido,
acaba por cansar de tan reiterativa, sobre todo por la presencia de unos
personajes casi esperpénticos como son el padre de la protagonista y su hermana
con brotes ninfómanos.
Lo mejor de Dos días en Nueva York, pues,
se reduce a Rock y Delpy, con sus conversaciones y ataques histéricos, y al
montaje turístico-indie que la directora hace a través de las calles de la ciudad.
En definitiva, una película entretenida, lista en sus diálogos y en la
construcción de los dos protagonistas, pero grosera y cansina en muchas de sus
escenas.
Lo mejor: las caras de Chris Rock y sus conversaciones con Obama.
Lo peor: la exageración, casi esperpéntica, de los choques
entre ambas culturas a lo largo del film; se acaba haciendo reiterativa.
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