martes, 14 de enero de 2014

‘La ladrona de libros’, literalidad sin magia en la pantalla de cine


Espectador 1: ¿Qué te ha parecido la película? 
Espectador 2: Buff, la adaptación es horrible. Me encanta el libro y aquí han hecho una adaptación pésima: lo han cambiado todo y encima se han saltado algunos de los mejores momentos de la historia. 

Este bien podría ser el diálogo más habitual al salir de una película que parte de un éxito de ventas literario. En algunas y muchas ocasiones, y teniendo en cuenta el vasto territorio de las adaptaciones, esta queja podría ser perfectamente cierta. Sin embargo, también es verdad que no es lo mismo el lenguaje literario que el cinematográfico, con lo que, para obtener una buena película a partir de un buen libro, no hay que copiar palabra por palabra la obra escrita en las páginas del guión. Es lo que, desafortunadamente, ha hecho el guionista Michael Petroni con La ladrona de libros, preciosa novela escrita por Markus Zusak y llevada ahora al cine de la mano de Brian Percival, conocido por dirigir algunos capítulos de la serie Downton Abbey. 

La ladrona de libros nos cuenta la historia de Liesel, una niña atrapada en la Alemania nazi de los años 30 y 40 que encontrará su vía de escape en las palabras de una serie de libros que irá robando a lo largo de la historia y leyendo junto a su padre adoptivo, quien la enseñará a leer y a escribir. 

Petroni, que ya había trabajado en la adaptación de otras obras, como Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba, ha cometido aquí el gran error de la literalidad absoluta. La película de Brian Percival es, sin ningún tipo de exageración, un calco de la novela, de principio a fin, desde la primera palabra hasta la última. Por ello, y a pesar de ello, la película ha perdido todo el color, la magia y el encanto que desprendía el libro de Markus Zusak. Todas las virtudes de la novela, todos aquellos elementos que la hacían original y única, se han convertido en los defectos de una película mal montada, fría y que termina haciéndose aburrida. 

El ejemplo clave es la voz narradora. Siendo en el libro una más de los protagonistas, cínica, divertida y original, en la película la voz en off está completamente alejada de la historia, pierde toda su gracia y se hace extraña a los oídos del espectador. Lo mismo pasa con los libros que roba la protagonista, la relación de esta con la palabra escrita y los colores, sentimientos y emociones que se desprenden del libro y que aquí parecen haber quedado congelados entre inacabables minutos y minutos de metraje. 


Con todo, no sería justo acabar aquí con la crítica de La ladrona de libros. No sin antes destacar la ambientación de la cinta, tan milimetrada y perfecta como cualquier serie británica; ni las interpretaciones de Geoffrey Rush, Emily Watson –ese acento alemán que seguro se perderá en el doblaje- y la encantadora Sophie Nélisse. Ellos, junto con la banda sonora de John Williams –siempre de lo mejor del año-, son los únicos que dan un toque de pasión y vida a esta película tan literal, tan literaria y tan poco cinematográfica. 

Lo mejor: la música de Williams, como siempre, preciosa. 

Lo peor: la adaptación de Michael Petroni, exacta pero fría y sin color. 

Nota: 6

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