El cine es maravilloso. Para aquellos que amamos el cine, esta parece una frase demasiado fácil —y simple— para describir lo que es, en realidad, un hecho. Las razones son muchas: la capacidad de evasión, una magistral interpretación, un texto que nos roba el corazón, la magia de los efectos especiales, la aventura, el encanto de la ficción animada, el puro entretenimiento, un brillante montaje paralelo, las bandas sonoras, el arte de contar historias actuales, pasadas, futuras e imaginarias… la habilidad de crear una obra maestra. Hay otra razón para esta quizás tópica y un poco ambiciosa afirmación, y es el poder de mantener viva la realidad, la historia y los recuerdos, por mucho que esa misma realidad se empeñe en borrarlos. La imagen perdida de Rithy Panh es precisamente eso: el testimonio de una vida destruida por el terror que, a falta de imágenes reales para documentarlo, utiliza las suyas propias, y no por ello son menos verdaderas o carentes de emoción y vida.
Nominada a mejor película extranjera en la pasada edición de los Oscar, La imagen perdida demuestra ser un brillante ejercicio de cine y memoria histórica al mismo tiempo. ¿Cómo es posible que unas simples y llanas figuras de barro puedan dejar... (continuar leyendo)
Lo mejor: cómo unos simples muñecos de barro pueden evocar tantas escenas y dejar con tan mal cuerpo.
Lo peor: esa sensación de final a cada escena a partir de la mitad de la cinta, lo que la hace demasiado larga.
Lo peor: esa sensación de final a cada escena a partir de la mitad de la cinta, lo que la hace demasiado larga.
Nota: 8
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