Ha levantado aplausos y ovaciones por todos los festivales por donde ha pasado. A punto de estrenarse en las salas de todo el país, Lo imposible ha catapultado a su director, Juan Antonio Bayona, entre los mejores realizadores del momento. Y no en vano. La perfección técnica, artística y emotiva con que trata la historia de supervivencia y dolor de una familia durante el tsunami de 2004 no han pasado desapercibidos ante público y crítica, hasta tal punto que algunas voces lo comparan ya con Steven Spielberg. Estos días la película ha llegado al Festival de Sitges, el certamen de cine fantástico que dio a conocer a Bayona con la muy lograda El orfanato. Crecido como narrador de historias y con ganas de hacer llegar al público la realidad de los hechos que cuenta, el pasado sábado, gracias a Warner Bros. Pictures, MySofa tuvo la oportunidad de hablar con él sobre este tsunami cinematográfico que es Lo imposible.
Segunda película, segunda vez en Sitges, ¿qué ha cambiado en la vida de Juan Antonio Bayona desde el 2007?
Pues la verdad, no lo sé. Es otra película diferente, supongo que las expectativas también son diferentes. Venimos de una película pequeña que se convirtió en algo muy grande y ahora estamos en una película bastante más grande y las expectativas son diferentes. A nivel de trabajo es muy parecido porque tú te levantas cada día, intentas hacer tu trabajo lo mejor que puedes, sobre todo pensando en el futuro.
Pasamos de la fantasía, del thriller, a la realidad. ¿Cuál fue el mayor reto con que te encontraste al trasladar una historia verídica a la gran pantalla?
La historia real se parece mucho a la película. Es una de las cosas que más me atraparon, que prácticamente tenía una construcción cinematográfica. Había algo en la historia, su núcleo, que yo sentía que me hablaba muy personalmente. Lo mismo con El orfanato. Cuando haces una película, la chispa que enciende la motivación para hacerla nunca es el género, es lo que está por debajo de la historia, y los temas que hay en El orfanato y en Lo imposible son muy parecidos.
Pasas también de un 90% espacio cerrado a un 100% espacio abierto, y con el añadido de reproducir un tsunami y sus efectos. ¿Qué dificultades te representó durante el rodaje?
Creo que la puesta en escena siempre tiene que ahondar en las emociones de los protagonistas y en el caso de Lo imposible es evidente. La presentación de conmoción, de devastación, de vacío… La puesta en escena lo transmite de una manera muy evidente a través de los paisajes desolados que dejó el tsunami. Son personajes a quienes la vida les da una bofetada tremenda y de alguna manera tienen que lidiar con ello, al igual que el personaje de Belén Rueda en El orfanato, y la puesta en escena ahonda en ello. Es cierto que en El orfanato estaba más en la idea de la ambigüedad y aquí más en la realidad, pero las dos películas están muy abiertas a la interpretación del público, para que cada uno se vaya a casa pensando un poco en el sentido final de la película.
En el fragmento del tsunami, con Naomi Watts y Tom Holland, ¿cómo consigues en ese momento, como director, llegar a ese nivel físico y emocional de los personajes?
Lo físico te lleva a lo emocional. Son secuencias de poca interpretación, porque realmente los actores estaban en el agua metidos, con el agua al cuello, nunca mejor dicho, y eso les metía muy fácilmente en la situación. Para ellos era algo más físico que de interpretación, la interpretación venía sola. Yo le pedía a Naomi que dijera unas líneas y ella no podía porque la boca se le llenaba de agua. Es algo muy interesante, porque la ficción se sirve de la realidad.
¿Por qué en inglés?
La primera vez, el guión lo escribí en castellano, pero el 80% de los diálogos ya estaban en inglés porque estos personajes hablaban en inglés con los demás o en tailandés en algunos diálogos; intenta ser una reproducción fiel de lo que sucedió. A la hora de levantar el presupuesto nos hubiera encantado hacerlo con actores españoles pero la realidad del mercado es otra, así que lo que optamos fue no ahondar mucho en la nacionalidad, de hecho no se dice nunca de dónde vienen, ni adónde van, ni de dónde son, y cada actor conservó su acento. No quisimos hacer ningún tipo de énfasis en la idea de la nacionalidad.
¿Cómo diste con Naomi Watts y Ewan McGregor?
Pensé en ellos porque siempre los he admirado, he admirado su trabajo y me han dado siempre un aurea de cercanía, no los he visto nunca como estrellas de Hollywood. Son actores que por sus carreras siempre han tomado decisiones arriesgadas, un poco imprevisibles, y eso me gustaba. El hecho de ver a Ewan interpretar a un padre, por ejemplo, que nunca antes lo había hecho… Yo siempre lo vi como el padre de esta historia, y eso son cosas que como director te enganchan, te motivan.
Hemos oído por ahí que te llaman un poco Hitchcock por la predilección por las rubias.
Es casualidad. De hecho el pelo de Naomi es más rubio del que aparece en la película. Quisimos apagarlo precisamente para dar esa sensación de mayor cercanía. Nunca me propuse elegir un actor por el color del pelo [ríe].
Hablemos de los niños, sobre todo de Tom Holland, porque lleva una importante parte de la película a sus espaldas. ¿Cómo encuentras a Tom Holland?
Toda la película la sustenta Tom Holland. Es el personaje que recoge el testigo de la madre y se lo devuelve en la última secuencia. Fue producto de un casting muy largo, de cientos de chavales. La directora de casting inglesa, Shaheen Baig, conocía a Tom Holland por la obra de Billy Elliot y me propuso una prueba sin que yo hubiera visto ni una fotografía ni nada. Y me gustó, me gustó el aspecto que tenía, lo que me transmitía más que el aspecto, porque no se parecía en nada a Ewan ni a Naomi. Pero la prueba que hizo fue tan buena que pensé que cuando un actor es bueno da igual si se parece o no. Para hacer de hijo de Naomi o de Ewan me daba igual si se parecía o no se parecía, porque era tan bueno que eso lo iba a superar con la interpretación.
En El orfanato ya trabajaste con Roger Príncep, ¿a la hora de trabajar con niños tienes algún método especial, sobre todo para que lleguen a altos niveles de profundidad como puede tener, por ejemplo, el papel de Tom Holland?
Lo primero es inculcar una disciplina de trabajo. Una frase que dices siempre a los chavales es “igual que en el cole te portas bien, aquí te tienes que portar bien”, y a partir de ahí empezamos a trabajar, evidentemente siempre teniendo cuidado porque son niños. En el caso de Tom Holland, el trabajo con él no tiene nada que ver con el de los más pequeños, porque Tom Holland es un actor profesional, tiene un talento extraordinario y la verdad es que mi trato con él era parecido al que podía tener con Ewan o Naomi.
Y los dos niños pequeños se llaman Simón y Tomás… ¿pura coincidencia?
Sí, sí, absolutamente, si no mira los nombres de las personas reales, se llaman así. Son cosas que hacían gracia al principio, decir “madre mía, parece que esta historia no sólo me ha impactado de esa manera tan bestia si no que los niños se llaman igual que los de El orfanato”. Son ese tipo de detalles que te hacen gracia.
En Toronto gente levantada, en San Sebastián ovación, pero tienes a la prensa dividida en cuanto a tema emoción. Claro que se trata de una historia real que de por sí ya tiene esta emoción. ¿Cómo te planteaste tratar con ello en la película?
He crecido leyendo revistas de cine y leyendo críticas de cine y sé un poco cómo funciona. Siempre hay como un apuro, un pudor hacia las emociones. Hay cierta crítica que no quiere verse en según qué situaciones y lo rechaza; creo que es una cuestión cultural. Yo era muy consciente de lo que estaba haciendo y básicamente lo que he hecho como director es estar muy cerca de los hechos e intentar plasmarlos de la manera que fueron. Lo que hay en la pantalla se parece bastante a lo que pasó en realidad, pero evidentemente no tiene nada que ver lo que es una película con lo que es la realidad. Las propias personas que vivieron esa situación son las que me decían que no tuviera miedo a mostrar algunas cosas de una manera incómoda porque realmente eso era lo que iba a reflejar lo que ellos sintieron. La película intenta mostrar la realidad de esas emociones. Hubo momentos en la vida de esos chavales que, en sus propias palabras, fueron los momentos más felices de su vida, y eso es lo que intento trasmitir al espectador.
Formas parte de la generación ESCAC, de donde cada año salen nuevos talentos, nuevas películas. ¿Qué le dirías ahora a un joven que quiere empezar a hacer cine en medio de tantos recortes y problemas para el cine español y catalán?
Que el cine es una cuestión de necesidad, no de las posibilidades que tengas. Hoy en día cualquier persona con una cámara puede rodar una película. Es cuestión de ponerse, de encontrar una buena excusa y de mostrar a la gente lo que sabes hacer. Por mucha crisis que haya, el cine es una necesidad, expresarse culturalmente, y eso no lo va a poder parar nadie.
M. del Mar Gallardo
M. del Mar Gallardo
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