La humanidad del siglo XXI vive en un mundo sucumbido a un sistema capitalista desmesurado en que los ciudadanos son meras piezas de un tejido social fracturado y desigual. Lo es Marc, el protagonista de Los últimos días, un joven informático al que pueden echar del trabajo en un santiamén a causa de las políticas de austeridad que nos rodean a diario. Quizás esa sea la razón que le produce a él la agorafobia que afecta a los millones de humanos del planeta. ¿Pueden ser las ondas electromagnéticas de los móviles? ¿Un acto terrorista? No se nos desvela, tampoco es el centro de atención. Lo que importa es el viaje de los dos personajes principales por los túneles del metro de Barcelona hasta encontrar la luz, un rayo de esperanza.
A medio viaje encuentran agua, símbolo purificador que dota a ambos de energía para embarcarse a la parte más difícil del periplo. Toda la película juega con elementos simbólicos y metafóricos para acabar insuflando un futuro mucho más prometedor que este alentador y terrible presente. Los hermanos Pastor emplean con inteligencia los cánones del género y apuestan por dos personajes genuinamente dibujados como reflejo (no ejemplar, pero sí sólido) de la sociedad de hoy en día.
Mucho más acertada la relación entre el jefe y empleado que entre Marc y su novia, así como mucho más interesante su magnífico final que el desarrollo convencional. No hay demasiada novedad, pero sí un estupendo pulso narrativo, una historia trepidante y una puesta en escena realmente impresionante. Reminiscencias de Mecanoscrit del segon origen de Pedrolo o de la catódica Perdidos (el uso del flashback en determinados momentos o el maravilloso plano final de la primera temporada), Los últimos días se erige como un entretenimiento palomitero de alto nivel con gran calado reflexivo y accesible para el gran público.
Al fin y al cabo, lo que realmente importa en esta vida es el amor (en pareja, familiar o amistad), con ello se establecen grandes relaciones y se puede llegar a construir una sociedad más justa y purificada. No es un relato ñoña o new age, sino una crítica feroz al presente para dejar las cosas claras y apostar por un futuro esperanzador. Con este tema central (y ante las terribles vicisitudes en el subterráneo de la capital catalana) los personajes de Quim Gutiérrez (muy cómodo en el papel) y José Coronado (excelente en su rol) están condenados a entenderse y a ser el puntal del otro para sobrevivir en ese calvario, tan divertido como conmovedor.
Habrá, seguro que los habrá, los que se quejen de la falta de explicación de la agorafobia, pero no habrán entendido la película: ni su planteamiento ni su mensaje. El público lleva años acomodado a unas pautas y es incapaz (fruto de la cultura del mínimo esfuerzo) de interpretar nada y aprender nuevos conceptos; curiosamente le ocurrió eso a la citada Perdidos. Comprendan la película y disfrútenla. Por otro lado, el apartado técnico es impecable como nos tienen acostumbrados últimamente el cine español. Destaca especialmente otra gran banda sonora de Fernando Velázquez (El orfanato, Lo imposible) y un trabajo de fotografía cuidado al detalle con gran inspiración lumínica en su tramo final.
Los últimos días es un viaje trepidante por el subterráneo barcelonés para encontrar la luz al final del túnel para esta mierda de humanidad.
Lo mejor: El final, tan conmovedor como esperanzador
Lo peor: Aquellos que saldrán maldiciendo la falta de explicación de la agorafobia
Nota: 8
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