El cine es un arte que se presta a contar historias. Pueden ser grandes epopeyas como Titanic o Casablanca, en cintas de corte mediano como Amor o Hable con ella o pequeñas historias como en Once. Son ejemplos de historias conmovedoras como lo es la última de Carlos Sorin. Días de pesca (rebautizada en España con la coletilla de en Patagonia) se incluiría en el tercer grupo, eso sí, en ningún caso, logra la excelencia de ninguna de las mencionadas.
Un hombre busca a su hija tras varios años de perder el contacto con ella. Parece ser que ahora lleva una vida cotidiana, alejada de su adición al alcohol. El viaje no resultará nada fácil y deberá enfrentarse a distintos obstáculos, entre ellos, el propio rechazo de su hija. Sorin impregna la pantalla de solidez y ternura, convierte a ese personaje tan universal en un pedacito del corazón de cada espectador. El viaje, al son de una bella música, lo embarca Marco y el público.
El guión es manco de pretensiones y de artificios emotivos excesivos, pero también es manco en mayor profundidad en el resto de personajes. Al salir queda la sensación que esos ochenta minutos forman parte de algo mayor, de un pasado y futuro que no se nos muestra. Pero así es el cine de Sorin, de historias mínimas. Donde lo más es menos, para bien y para mal.
Varios pasajes suscitan sentimientos profundos en el espectador como la escena en el restaurante o el encuentro con tres jóvenes nómadas en la playa. El relato se cimienta en una gran historia, unos buenos personajes y una maravillosa banda sonora, pero sobre todo en un actor en estado de gracia: el trabajo de Alejandro Awada es inmenso y su expresión está cargada de un poderío envidiable.
Días de pesca en Patagonia es una historia sencilla, profunda y natural. Como la vida misma, ni sobresaltos forzados ni diálogos falsos o postizos. Un (gran) pequeño relato.
Lo mejor: La expresión de Alejando Awada y la música
Lo peor: Su sencillez puede provocar vacío
Nota: 7
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